Con tu amor en mis labios

Reconocí en tu rostro
–profunda mi verdad
de la rosa y su canto–
el perfil de tus rasgos…
y recordé amarlos ya
antes de haberlos visto.

Era un jardín tu espacio
tan íntimo y abierto,
que agradecí al instante
a todo su existencia 
y supe de mis sueños,
presenció mi mirada 
los sucesos del tiempo,
evitando y buscando
tan fácil y difícil 
tan radical la voz,
llenando mi silencio 
de su latido vivo,
tan sublime y complejo:
saberte sin saber 
de tus labios
el verdadero gesto,
descubriendo mi ser
en remotos presentes,
en mi presente nuevo.

Hoy despierto a tu lado,
contemplo tu jardín,
su belleza y misterio;
sonrío al descubrir 
silencios y sonidos, 
gestos y melodías
de tu paisaje íntimo
que subyuga al espacio
y lo llena de ti
conquistando su faz
para volverlo luz…

Canto con mis palabras
mi despertar contigo,
con tu amor en mis labios.

Isabel, 21-02-15


Atardecer en su viaje

Viaje hacia un sol de cercanía, hacia la luz más próxima a mi alcance. Como una bendición, la luz, siempre cerca y próxima, lejos muy lejos, desde allí viaja y funde, crea y alienta; veo ahora un suelo blanco,  creado por nubes y praderas blancas, por lagos y montañas que se hunden y yerguen en un paisaje único, cambiante,  cercano y alejándose; mientras viajo, el paisaje y los países se mueven, cambian, como nosotros…  para viajar a otro más próximo y alejándose…
Es tarde y es alba, y sí, sé que no es lo mismo: llegada y despedida, lo sé, pero aquí el mundo y la vida son otros, distintos; allá abajo y más lejos, las reglas son diferentes a nuestros ojos. Sé que viajo hacia el ocaso y, sin embargo, nunca sentí la luz tan cerca y tan renaciendo, tan claro el camino más allá de la superficie de los usos. Hay mundos y alturas diferentes. 
¿Las alturas y los tiempos pertenecen a vidas diferentes, a cuerpos distintos?
Nada es exacto a como nuestros sentidos perciben, nuestros velos desdibujan, tapan y crean apariencias, niveles de existencia en nuestras vidas.
El sol es siempre aquí la fuente pura de intensidad radiante, que ciega nuestros ojos y los deslumbra y abrasa, pero acaricia nuestros párpados, perfectos para ser acariciados por sus besos silenciosos, que pueden contemplar su fulgor brillante, como telones desplegados por la verdadera y sabia vida, aquella que nos muestra la belleza de sus formas, la que, delicada y sostenible, aguanta la intemperie, impertérrita, aquella que endulza con el ritmo de sus latidos musicales los pulsos que vacían y llenan cada forma, transformando constantemente la vida en una victoria exploradora y progresiva de la conciencia en su viaje.
Siento en mí y en cada uno de los seres que conmigo viajan por la cercanía de su intimidad silenciosa y atenta, los pasos ágiles de esta tarde transitando dóciles por la luz de su sonrisa imperceptible al sentir su avance, su movimiento acompasado, su vitalidad llena del fuego interno de su sol, de su sí mismo pleno; sé de sus pulmones ensanchándose a su ritmo para llenarse de este aire común, que es nuestro alimento imprescindible. Todo viaja y queda en el aire con nosotros y alejándose. El dinamismo y la quietud nos conforman como partes integradas y perfectas de su relación fecunda y fértil.
Sé de sonidos que no puedo distinguir, existentes, sin embargo; hablan idiomas que ignoro por imperceptibles para mi oído, escucho ruidos constantes de motores y máquinas que aturden con su persistencia y lastiman mi paz. 
Viajo hacia la noche, una noche llena de luz espléndida. La luna, pronto llena, nos iluminará con su pálida y azulada blancura los contornos, los relieves, los rostros del paisaje mientras duerme. El suelo se ha vuelto gris y observo el horizonte y mi proximidad oscurecerse. Un foco guía los ojos hacia un fuego lejano que resplandece como despedida, como un eco de lo que ya se va. La noche uniforma la diversidad. 
Venus aparece a mi derecha antes de que la noche se haga completa. Como la diosa de quien toma su nombre, siempre la belleza se halla presente en cualquier transformación que el universo vele.


Isabel, 1-2-15

Encuentro

En el azul distingo la calidez ligera
de tu luz anunciándose en el espacio
que te alumbra en su promesa. 
Te esperan mis ojos.
La tarde es plena; 
remueve ondas en sus aguas 
con la cadencia de un tiempo
acunado por el sosiego.
Todo es apacible bajo la invisible cúpula. 
Tus ojos me sonríen
desde tu intimidad más honda, 
penetran en los míos y hablan,
hablamos sin palabras. 
Te escucho y me uno a tu voz
y nuestro canto
viaja por el perfume de flores
que encuentra en su viaje  
por la tersura del aire que nos alienta.
Juntos seguimos el ritmo 
del cielo y del río en sus espejos.
Las formas se deslumbran,
chispas y guiños renacen en la brisa
que viaja por sendas y caminos
bordeando con su ritmo de tarde 
las horas de esta ciudad hacia el crepúsculo.

Isabel, 30-12-14