Caminé y me soñé caminando por la playa;
la orilla fue la senda que elegí
y mis ojos desde arriba pudieron contemplar
los signos cifrados que las gaviotas
escriben en las tempranas mañanas;
me pregunté qué desean,
qué sienten cuando despiertan,
cómo viven las tormentas
cuando el encrespado mar sube hacia el cielo
y todo tiembla en el aire
y la vida tambalea.
Cómo viven la rutina
y la presencia del hombre
y los bulliciosos grupos, repentinos en la playa,
invadiendo ese silencio donde el mar canta muy grave
y ellas, sus agudas quejas.
¿Qué pensarán?
Pude admirar otros mundos
de sonidos inaudibles:
los moluscos en sus conchas,
azotados por el vaivén de las aguas,
azotados por el vaivén de las aguas,
entrechocando corazas,
deshaciendo sus memorias...,
entre el juego de las olas.
La inocencia tiene el rostro
de nuestra esperanza intacta.
Descubrí bellos caminos
que en su silencio pinta
la humildad de la arena
la humildad de la arena
entre los dedos del tiempo
con perfección bajo el agua:
son sendas que transitan
paralelas a otras sendas.
Sus diferencias, sutiles.
Mi aliento tiene su brújula
que encamina hacia tu encuentro,
desde el silencio, mis pasos.
Isabel
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