Fuerzas y tensiones vitales. Apuntes hacia una reflexión

¿Pueden cuantificarse y diferenciarse todas las fuerzas y tensiones contrapuestas y afines que se hallan contenidas en una ola?

¿Cuántas notas y armónicos se hallan en una sinfonía?
¿ Soñará cada nota en que su sonido sea único, nítido, diferente y pondrá su voluntad en ello?, ¿acaso no sentirá el instrumento su importancia insustituible- por sus entradas, por su timbre específico, por su sonido, por sus pasajes, por su fraseado-fundamental para la obra?

¿Qué considerará cada aspecto, cada átomo, cada memoria celular que sabe lo que ha vivido, que conoce por su experimentación lo que ocurre en la vida?
¿Qué puede hacer cada elemento que ha desarrollado su experiencia en la vida para dar a conocer lo aprendido?

La vida está llena de experiencias contradictorias que desmienten una realidad única y uniforme.

¿Qué da unidad a la ola? Quizá, su dirección, su propósito: avanzar y desembocar en otra , diluirse tras el estallido en la roca, acariciar la orilla y penetrar con suavidad en la tierra para refrescar su cuerpo, para calmar la sed, jugar, viajar como ola por un camino incierto y plagado de tensiones y dinamismo…

Superficialmente, el comportamiento de una ola es siempre semejante y, sin embargo, hay tanto misterio por desvelar…

La ola y el ser humano tienen algunos puntos en común. Ambos ignoran en qué momento han nacido y por qué, tampoco saben hasta cuándo serán ola y hombre o mujer. En ambos casos, no hay un sujeto igual a otro. Las olas son todas diferentes, aunque tienen en común esa naturaleza que las constituye en olas y no en otra forma.

Los seres humanos somos todos distintos, aunque nuestra naturaleza es común a todos. Tanto la ola como el ser humano, por el camino del vivir como tal ser único, pero unido a otros de su especie, van aprendiendo que deben fluir con la corriente principal que les va dirigiendo hacia un destino específico, pues oponerse a fuerzas superiores es simplemente inútil y doloroso. Quizá la ola no tenga exactamente este pensamiento, pero podemos continuar creyendo que también puede tenerlo, aunque nosotros ignoremos qué sabe y qué no.

Podríamos considerar que en ambos casos hay un sentido más allá de la muerte, es decir, de la descomposición de la forma o formas y tamaño del cuerpo y de la identidad que en ese cuerpo cambiante, dinámico, se alojó como algo singular.

En el caso de la ola ignoramos lo que va más allá del movimiento magnético y mecánico; pero en el ser humano, podríamos considerar que tiene al menos un objetivo claro: aprender y evolucionar como especie y como individuo.

Todos hemos comprobado- al menos si hemos vivido lo suficiente- nuestra propia evolución, nuestro mejoramiento desde el egoísmo más burdo original hasta el grado de generosidad, de comprensión, aceptación y bondad a la que haya llegado cada uno.

Algo impulsa a nuestra naturaleza a mejorar comportamientos, conductas, actitudes.
¿Qué fuerza superior representa ese impulso?

Las experiencias y la evolución siempre caminan en un sentido, y así debe ser también en todo lo que existe, porque en este universo no hay distintas leyes, todos estamos sometidos a las mismas.

La energía no se destruye, se transforma. Lo vemos en la ola, en las aguas que van penetrando en la arena, moviendo su cuerpo, uniéndose, separándose...

¿ Y qué diríamos de la música? La obra discurre a través del espacio y linealmente, de forma que llega un momento en que todas esas tensiones, esas fuerzas, sonidos desatados y organizados estéticamente por la mano del artista, del que tiene el sentido general, además del particular, llegan a su fin; pero en el camino han producido exquisitas armonías, pasajes líricos, misteriosos, exaltados…, es decir, experiencias del sonido y del aire, que se ve afectado por esos timbres armonizados para conseguir expresar los sentimientos, las emociones y las vivencias del artista.

La música- todos lo sabemos- es una experiencia transformadora para el ser humano, para los seres vivos. Todos estaríamos de acuerdo en que el artista se ve transformado en el proceso de su propia creación y después. También en que su obra tiene el don de poder transformar a los que la escuchan- naturalmente si ellos desean ser transformados-. Si están abiertos a ese cambio, será mucho más rápido, fácil y eficaz.
Los animales aman la música. También hay experiencias sobre la acción de la música en el mundo vegetal. Me pregunto ¿no se verán afectados por los sonidos los elementos, los minerales...?

Pensemos en el lenguaje. También la palabra hablada tiene ese don. Cómo nos daña escuchar a alguien gritar o hablar con agresividad y violencia. Cómo nos gusta escuchar una voz amable; una dicción correcta, un habla serena, pacífica y comprensiva con el receptor. Resulta un bálsamo en las antípodas de la opción anterior.

Si observamos un poco, toda la vida parece aspirar a expresar y desear la belleza. Ese parece el plan de la Naturaleza.

El bien y la belleza están íntimamente relacionados en nuestro sentido vital.
Nuestra aspiración a la felicidad siempre relaciona ambos conceptos.

El amor está incluido en ambos, porque el amor es el mayor bien al que aspiramos y la mayor y más alta expresión de belleza. El amor incluye el respeto al otro, el trato amable, el saber escuchar las necesidades del otro, el considerar su dignidad, el reconocer su libertad intrínseca para construirse, para asociarse con nosotros, para alejarse.

Muchas veces se confunde el amor al otro con el amor a uno mismo y, sobre todo, con el deseo de posesión del otro, con el deseo de dominio, de poder sobre la voluntad y la libertad del otro; pero algo en nuestro interior sabe que ese concepto de amor es involutivo. El amor siempre lleva incluido en sí la libertad del ser. Sólo así el amor forma parte de la belleza de la vida; porque es como la vida nos ama, permitiéndonos ser, elegir, hacer, construir. No nos pone más límites que los que nosotros mismos deseemos.

La vida nos da la oportunidad. Nuestra libertad elige en qué forma participa. Ese constituye el verdadero amor al otro: permitir y favorecer que desarrolle todo lo que su naturaleza profunda elige experimentar y desarrollar.

Todo nuestro alrededor- y nosotros con él -parece formar parte de algo superior o quizá sería más adecuado pensar que somos parte de una corriente con sentido vital más allá de lo visible, y que su mejora, su progreso también llega a reflejarse en el mundo físico y social. Esto es así para cada uno y para todo nuestro colectivo, y probablemente ocurra lo mismo en los otros colectivos, pues también forman parte de eso, desde su forma específica .

Todos los colectivos tienen elementos fundamentales en común unos con otros, es decir, que todos somos uno, tenemos las mismas leyes y dentro de nuestra forma, nos sentimos afectados por los sucesos de cualquier naturaleza posible.

En nuestro cuerpo se hallan contenidas tantas formas, emociones, energías diversas, que se agrupan, enfrentan, acobardan, entusiasman, aburren, en fin, ¿cómo no plantearse quién debe dirigir todo ese caos de fuerzas afines o enfrentadas? Claro, se nos dirá que es la personalidad, quizá en lo aparente pueda serlo, y de ahí muchos de nuestros problemas de relación.

Creemos que debería ser la conciencia; pues ella es la única que puede explicarse, aceptar y dirigir de la mejor manera posible ese caos.

El artista se encuentra con un impulso que le lleva a crear como una necesidad, pero muchas veces ignora el resultado de lo que va creando mientras está en ello, lo mismo le pasa a la conciencia, pero es ella la que debe llevar las riendas siempre.

La personalidad se bloquea rápidamente ante los problemas. La personalidad repite una y otra vez experiencias y patrones. La conciencia ve más allá de los hechos, observa los objetivos que esos hechos esconden y los acepta como parte de esa mejora, de esa evolución necesaria de la materia más grosera en algo más sutil, de la luz de baja vibración en la luz más alta.

La conciencia está relacionada directamente con el corazón, porque sólo se puede de verdad amar cuando se tiene confianza en que el amor es la expresión más alta de la vida, es la forma mejor de vivir y de trabajar, de ser y expresarse.

Cuando el ser no está en esa conciencia de amor, se halla dominado por la personalidad y entonces el control, el miedo a ser controlado por lo externo, la ambición y la codicia son expresiones habituales. La manifestación externa de una ansiedad interna proveniente del miedo.

El miedo se halla muy presente en nuestra vida. La humanidad ha sufrido experiencias muy dolorosas y lleva esa carga como un lastre, incluso ante situaciones en las que no hay riesgo físico real; muchísimas veces son miedos emocionales.

La energía que nos compone recuerda esas vivencias, algunas pueden no habernos pertenecido directamente, pues, por ejemplo, asumimos que hay personas que son más miedosas. Hay algunos que temen a los perros, aun cuando nunca hayan tenido una experiencia directa con ellos o antes de haberlas tenido. Otros tienen fobia a las aves, a las gallinas, etc.., en fin, todos conocemos a personas que están traumatizadas por experiencias teóricas o anteriores a sus experiencias personales.

Lo mismo podríamos decir respecto a las personas muy abiertas frente a otras que son muy tímidas y cerradas. Pueden haber tenido el mismo tipo de vida y experiencias, pueden ser amigos y haberse reído de cosas comunes, pero la realidad es que ya nacemos diferentes. Luego, esa diferencia se puede acrecentar con nuestra propia vida o disminuir, dependiendo de las experiencias a las que nos someta o nos dejemos someter; pero ya antes de ellas hay una realidad plausible, visible y diferente, que la vida y nuestra conciencia tratará de poner a prueba para evolucionar y mejorar.

La inteligencia, la astucia, el protagonismo, la delicadeza, la sensibilidad… estas y otras palabras que encierran conceptos muy importantes están formando parte de” esa ola” que constituye nuestro ser a lo largo de la vida.

Dependerá de nuestra respuesta, de nuestra voluntad, de nuestra confianza, de nuestra conciencia, el grado de evolución al que lleguemos.

Esa será nuestra principal herencia para nuestros descendientes y, sin embargo, qué poco se tiene eso en cuenta en nuestra sociedad.

Si todos actuáramos con esa realidad presente, la vida en la Tierra sería mucho más evolucionada y el ser humano mucho más agradable y bello.

En una planta hay una fuerza que tira hacia abajo, para volverse raíz y otra hacia arriba para buscar el cielo.

En nosotros también aparecen estas dos energías: una nos impulsa a creer que somos terrestres, otra nos eleva hacia regiones mucho más sutiles y delicadas. Esta última es la celeste, aérea, menos práctica,aparentemente, y más soñadora; pero es la parte más progresiva y elevada con la que contamos en nuestra composición paradójica.

Ambas son imprescindibles para que la evolución sea consistente y no un sueño de una noche. Necesitamos ambas, pero ¿ quién debe llevar las riendas de nuestra evolución y quién lleva la tendencia a la repetición? Ambas necesarias, ambas enfrentadas, sólo la conciencia puede arbitrar el grado de poder o la parcela de poder que concede a cada una.

La fuerza terrestre nos impulsa a la repetición. La celeste, a la creación de nuevos caminos.

Las pasiones son ya conocidas por todos. El hombre de cualquier cultura y época las ha experimentado en sí mismo. Llamaremos pasiones inferiores a aquellas que nos vienen dadas en común con otros animales. Es necesario comprender que suponen aspectos muy valiosos en los que el ser humano debe apoyarse para su trabajo vital y evolutivo. La naturaleza humana muestra su mejora cuando es capaz de expresarlas en manifestaciones más elevadas y generosas, trascendiendo y mejorando lo recibido y dejando como legado otras respuestas más elevadas y originales.

Trascender una pasión implica una conciencia y una entrega propia del que está abriendo nuevos caminos, que no repite lo que casi todos los hombres de todas las épocas y culturas han hecho hasta ese momento por instinto. Supone también separarse de la naturaleza animal primitiva que nos une a otras especies.

Lo humano específico es la vocación vertical o celeste llevando en sí con dignidad su evolución, tatuada en toda su energía, en algunas personas especialmente.

La historia de la humanidad nos ha presentado entidades modélicas que han sido conscientes de su vocación vertical y que han dedicado su vida a servirla. Estos son modelos en los que nos podemos mirar, modelos dignos de la vida evolutiva.

Cuando uno tiene la conciencia alerta y despierta, su modelo es su conciencia, su voz interna, limpia de miedos y de otras pasiones. El ser que está arraigado a la tierra y tiene el corazón abierto y la mente en el cielo, sabe de sus debilidades, de sus puntos frágiles, es consciente de su evolución, la cuida, procura ser fiel a la misma, está abierto a los cambios que la vida le presenta, confía en que la vida sólo puede proponerle lo que le va mejor para su propia evolución, para la mejora de sus experiencias, para curar sus miedos o experimentarlos hasta la saciedad y cansarse de ellos.

Naturalmente, todo esto es reflexión teórica, la práctica es más difícil; pero el
camino a seguir sería algo semejante, según nuestro punto de vista, claro.

Isabel, 2009

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