Día de lluvia

La lluvia envuelve mi presente. Tiene infinitos dedos con los que toca el aire y lo lava y lava, hasta que se da cuenta de que se fue toda la sequía y sus recuerdos esparcidos y el polvo que se había incrustado en los lugares más recónditos del tiempo.
Hoy es el primer día de un mes que singulariza el año: bisiesto.
Vivíamos un invierno muy cálido en estas tierras, tan luminosas y próximas al mar –fiel compañero y espejo de sus cielos altos–. Hoy, el cielo tiene una distancia diferente. Parece que se haya vuelto más lejano al acercarse.
El espacio físico no determina la distancia. Muchas veces, los sentidos nos seducen con la apariencia, como si desearan que aprendiéramos –aunque nos cueste mucho– a contemplar más allá de sí mismos, como si colaboraran en esa formación constante y creciente que la vida nos ofrece, para sentir que somos mucho más de lo que aparentamos y mucho menos de lo que desearíamos ser.
Miro la serenidad de todo mi alrededor y presiento que algún mensaje se me transmite en ella.
El frío nos envuelve. El rostro de la tarde va oscureciendo la superficie de todo lo que nos forma y nos define.
Día de sosiego en el que la conversación, la música, el calor y el silencio constituyen los mejores colaboradores de esta cristalina e incondicional visita.

Isabel

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