Ojos y oídos

Han llegado en primer lugar los instrumentistas, tras unos segundos expectantes, entra la cantante.
Comienza el concierto, que se realizará en dos tramos y tendrá una duración aproximada de una hora y media o dos.
Llegan y todavía no se ha podido escuchar ningún sonido diferente a los que los demás humanos que llenamos la sala, efectuamos al hablar, al mover los vasos o las sillas o simplemente al caminar sobre el suelo enmoquetado.
Las primeras impresiones son de cierta sorpresa por mi parte. Las apariencias pueden ser engañosas frecuentemente, así que me mantengo abierta más allá de mi primera impresión. A medida que transcurre el tiempo y desde la posición cercana a los músicos, puedo comprender algunas de las cosas que suceden allí, además de disfrutar de su ejecución y de su música. Es como si mi comprensión fuera afinándose como un instrumento a medida que ellos revelan algunas de sus características humanas. 
Los cuatro – pues el grupo está formado por un pianista, un bajo, un batería y la cantante– vienen a ofrecernos lo que probablemente valoran mejor de sí mismos, lo más atractivo y seductor que consideran tener para entregar a los demás o al menos desean hacernos partícipes de su pasión e ilusión, que probablemente nació hace muchos años ya.
Los oyentes y espectadores podemos ver más de lo que ellos desean permitirnos ver; pues cualquiera que se coloque ante una multitud o un grupo y sea observado, se hallará expuesto y vulnerable.
En los conciertos multitudinarios, en que los asistentes están enfervorizados con sus ídolos, las observaciones desaparecen y son sustituidas por las adoraciones o contemplaciones  extáticas de ídolos  previos a los que se sigue incondicionalmente o por la curiosidad y hechizo que despierta la fama previa que los precede. Claro que puede suceder que en algún concierto de esos, alguien o algunos de los seguidores se decepcionen o sientan que su artista ya no es lo que era, etc. :la caída de los ídolos también forma parte de los sucesos, pero creo que nunca es tan expuesta la actuación como si el grupo tiene un público que va a escuchar la música que interpretan, pero no les precede la fama de ser sus creadores y primeros intérpretes, como en este caso. Por otro lado, la cercanía permite que los ídolos se humanicen más.
Estos pensamientos van sucediéndose mientras ellos se preparan, se colocan los instrumentos, y en mí- debo reconocerlo-se genera cierta ternura, pues me es muy fácil ponerme en su piel y en sus temores.
Comienza y el expectante  silencio suena tanto al principio como las notas del piano y la voz femenina tras él. Rasgan ambos– piano y voz– el vientre del aire que parecía haber contenido la respiración y lo nutren y lo llenan de sonidos precisos en sus formas y ritmos.
Todos los que hemos subido a esa nave, quieta y absolutamente dinámica y cambiante, nos vamos sintiendo atrapados por esa experiencia especial en la que el tiempo es concierto– ni mañana ni noche– es música y homenaje a la artista de la que se cantarán algunas composiciones. Todavía ignoramos cuántas canciones compondrán la sesión. Es tiempo de homenaje también a la música, al arte del sonido, al arte más sutil y poderoso que– a mi modo de ver y sentir– el hombre ha creado para expresarse.
La voz modula y, en ocasiones, es grave y masculina, incluso se vuelve áspera, como si raspara expresamente el aire; en otros momentos exhibe sus timbres y tonos más agudos, femeninos y sensuales, como si deseara abarcar e integrar en sí el espectro total de las texturas posibles.
Es una voz poderosa, y ella lo sabe y se siente feliz por sacar de sí misma esos registros tan variados y poseer esos umbrales tan amplios.
Algunas canciones se suceden sin pausas. El piano, generalmente da entrada a la cantante, otras veces, ella se dirige al público y ofrece datos de sí misma o habla de la homenajeada y admirada por ella, pues su fama– sea cual sea en cantidad y calidad– se apoya en la otra fama más extensa y más profunda, de ahí el homenaje también.
 Vamos conociendo su timbre no sólo al cantar, sino cuando habla, y ahí también observamos los diversos recursos de seducción o de humor que despliega cuando en alguna ocasión alude a alguna de sus "pasiones" u ocupaciones menos nobles, pero humanas, que despiertan o desean despertar en el público la comprensión y en ella la liberación de su debilidad en el reconocimiento público de sus propias parcelas de caos.
Los instrumentistas –todos ellos masculinos–, cuando ella se dirige al público, miran a un horizonte distinto cada uno, más interno que externo, en una especie de territorio solipsista que les aísle y desconecte de lo que oyen. Es evidente que no se sienten partícipes del discurso de la cantante y desean expresarlo con sus gestos y sus ojos, con sus manos… como pueden, cada uno de una forma, todos expresan lo mismo: "Nada que ver con lo que dice"
Parece que sienten pudor ante las confidencias u opiniones que ella se atreve a expresar, como si no fueran testigos, como si nada tuvieran que ver con esa desnudez que un momento de debilidad o la familiaridad que impone la cercanía física – al final, todos somos humanos–y la calidez que la música ha conseguido lograr. 
Se ha roto la distancia e indiferente presencia del tiempo anterior al concierto en ella, pero no en ellos, al menos no en ese grado ni de la misma forma. Y así, alguno mira con mucha atención su instrumento, como si algún problema detectado de pronto, requiriera su atención exclusiva y concentrada en unos primeros auxilios improrrogables que nada tocan, sino con los ojos que se aproximan a la superficie de un pie que soporta un plato, otro coloca su mirada en el vacío del futuro, de un más allá inexpresivo de espera. 
Quizá no piensan y si lo hacen, se resignan. Ya se sabe, algunas personas son más propensas a contar. En algunas ocasiones, el contar relaja y aproxima al afecto; parte del público puede sentir a la persona, más allá de la profesional del canto, y eso puede ayudar a calmar a la artista mientras trabaja.
La primera parte se compone de diez canciones. El pianista, del que puedo ver su espalda, sabe combinar perfectamente momentos brillantes con otros en los que sus dedos apenas rozan las teclas para que la voz gane vuelo y protagonismo mientras él desaparece.
Es el que se siente más protegido frente al público. Parece un hombre serio y tímido, que agradece silenciosamente  o quizás  ha puesto como condición la colocación del piano de forma que él quede de espaldas y, por tanto, nadie pueda ver su expresión ni tenga que mirar él al público, sino a las teclas que son las que son importantes junto a su dedos y manos. Las teclas del piano nos ofrecen sus rostros blancos y negros, pero de él sólo vemos sus ojos   semientornados, orientados hacia el piano  en sus entradas cara al público, justo al contrario de los ojos de los demás, como si considerara que lo que importa es el sonido que logre arrancar al instrumento y no su rostro ni su expresión.
El piano es un instrumento, según mi percepción sonora, que posee un encanto muy especial para ser solista, pues ofrece la posibilidad de las armonías que complementan y crean un tejido musical mucho más completo que la sola línea melódica, de ahí su éxito en los círculos sociales y familiares. Hay por ello muchos textos para piano. 
El contrabajo–otro de los instrumentos presentes– no posee esa brillantez en su sonidos y creo que debe ser más difícil encontrar tanta literatura como solista, sin embargo, sí que cumple una función de complementariedad muy importante. Se nota su ausencia. 
En este caso, parece que el bajista se considera el menos visible de los presentes; no intenta esconderse como el pianista o lo hace de forma menos explícita, como si la humildad le revistiera de una personalidad acorde con su instrumento. Mira siempre hacia un horizonte infinito, invisible, que traspasa las rojas telas que tapizan las paredes y a su instrumento. Su aceptación de la suplencia es tan evidente que se despiertan en el observador los deseos de valorar su entrega a la música o de cualquier cosa que lo anime y devuelva la alegría y la esperanza. A lo largo del concierto permanece muy atento a sus compañeros de grupo en su interpretación y silencioso en su horizonte durante las pausas de la cantante.
El batería es. sin dudarlo. el que se considera más famoso de todos: sus gestos, su manera de sonreír cuando presentan su currículum parece darle alas de seguridad y confianza en su altura instrumentista ya demostrada con la más famosa y, en este caso, principal referente, pues había acompañado a la cantante desaparecida a la que ahora se le rinde homenaje.
Seres humanos y papeles…  
Interpretan 20 canciones. El público se ha ido entregando paulatinamente– me incluyo en el recuento– : algún ruido de cubiertos podría haberse evitado, pero en general ha sido respetuoso y la ejecución ha tenido alma y cuerpo.

Isabel, 26-12-2014





Anocheciendo

Penetra el crepúsculo por ventanas y puertas
y se unifica todo;
un silencio de alcoba
se extiende por el espacio que habita presencias
y redescubre las noches tibias, 
los días claros y dorados,
y allí, la vida palpita y crea,
se experimenta sin espera.
Cuando la tarde se aleja de sí 
para fundirse en noche,
–ignora por qué–
nuevos sonidos se presentan:
notas que caen en la alfombra,
como apremios imposibles, 
se dividen y florecen,
se escapan por resquicios y grietas
para elevarse
por viajes que improvisan en las ondas,
irradian sus transparentes cuerpos ligerísimos,
sus timbres combinados con armonías brillantes 
en su aventura de búsqueda eterna.
Virtuosas notas,
apasionados tactos de belleza indagadora,
que sanan heridas abiertas
en lamentos y silencios de un vacío
pleno de muros;
vuelan y viajan siguiendo su condición primera:
libres de expectativas, crecen, son y manifiestan.

Isabel, 14-02-2016

Noche azul

Luna llena de azul y plata, 
trazas caminos de luz;
todo está en calma. 
El mar delinea su horizonte
de un cielo siempre distante, 
siempre junto a él.
Todo el alrededor es paz y ritmo,
silencio y latido,
belleza y cadencia …
Apacigua el agua con su música 
la esclavitud yerma y seca del suelo
a su propia densidad y peso.
El paisaje del mar 
eleva en lo aéreo 
a la esperanza
vistiendo la eternidad de azul, 
la plata alborea en su presente
como crepúsculo interminable.
Los ojos contemplan la belleza del cielo;
el silencio del suelo
se eleva entre las ondas,
parece respirar…
Los pasos suspenden su ritmo, 
aquietan su verdad para admirar
el eterno navegar 
sobre el relieve dócil 
de una belleza dormida entre los velos
de un sueño blanco y azul.

Isabel, 23-1-16




Como meciendo al tiempo

Oigo alborear el día…
el canto del sol ilumina sus frutos;
como meciendo al tiempo,
tararean tus labios
mientras trazas sendas y mares,
prados creados con flores y notas,
con sílabas y texturas de armonías  
que elevan sus delicadas transparencias
hacia lo alto,
como ofrendas que el aire ofrece a la luz,
y sonrío al verte así,
solo y lleno 
de la totalidad del Todo,
absorto, embebido 
en esos profundos mares altos,
por los que navegas.


Isabel, 17-1-16

Canto al silencio

Escucho…  
Silencio expandido.
Tu voz  lo arrulla con su canto.
El silencio y su sonrisa.
Ambos fundimos 
nuestro gozo en el espacio
que tu corazón crea desde su aliento,
al compás de sus ritmos, 
en sus notas y quiebros,
…sólo tu voz 
y el leve roce de los signos…
La creación expande los límites
de pentagramas y tiempos.
Me encanta escuchar
–nos decimos sin voz– 
la belleza del canto 
que se apoya en lo eterno 
a través de su tiempo. 


Isabel 23-1-16