Paseos y temores


Sabía– según me dijo al comenzar su relato– que era un lugar de encuentros; incluso cuando uno no los deseaba, aparecían ante sus ojos como nuevas posibilidades de contemplar la existencia, como espejos de sí mismo, como espejos de unos y otros. 
Me comentaba que las estaciones –las antiguas estaciones eran más propicias para ello–, habían sido privilegiados espacios de observación para ese ver romperse los corazones: de gozo, de miedo, de hastío, en fin, ya me entiendes qué deseo expresarte con este trío que apunta hacia las múltiples posibilidades emotivas; pero ahora no se trataba de ninguna estación. 
Continuó hablando, casi como si monologara, sobre el hecho de que antes las personas viajaban poco o no eran tantas las que constantemente estaban sometidas a ese trajín de los pasos, como nómadas imparables, como las hormigas que vemos afanarse por los caminos de buscarse el sustento o de llevarlo a su hogar –siempre incansables en su responsabilidad, quizá en sus miedos a carecer–, y se sonrió mientras añadía  “son maestras en acumular, como si todas padecieran de diógenes insomnes en sus vidas”.
Por fin me explicó su encuentro. Fue en una alameda, un paseo en el que todos los habitantes del pueblo– habituales y visitantes foráneos– acababan coincidiendo. Era un hombre solitario y soltero. Iba a buen paso, caminaba junto a su perro. Los vio y observó sus andares. Se fijó en su lenguaje corporal y se dijo en silencio "qué tipo tan extraño y cuánto ha sufrido por saberse señalado por ello". Casi pudo distinguir sus problemas en sus relaciones, imaginó los ataques de “lo normal” a lo largo de su vida, era algo que se podía distinguir con sólo mirarlo, sin embargo, ahora había sobrevivido y había logrado crearse una apariencia de seguridad interna que lo liberaba de decepciones y fracasos antiguos y de miedos presentes que, junto a su perro, le acompañaban al salir al mundo. Los recursos empleados eran muy sencillos, pero a él le funcionaban. 
Pensarás, cuando te explique en qué consistían, que son demasiado simples y tontos; pero me aseguró – y me lo creo– que le funcionaban muy bien. 
Además, todos los recursos que empleamos para obtener una cierta seguridad o confianza en nosotros suelen ser así: sencillos, subjetivos, tontos… en realidad, para vencer la tontería de temer la vida que hemos elegido vivir, sólo se necesita decisión, valentía y humildad, es decir, casi nada…
Bueno, pues como te decía, él había conseguido vencer su fobia al contacto, aunque sólo fuera visual, superar el pánico escénico al ágora, colocando a su lado a su mascota, un perro dócil y fiel que le precedía o seguía –dependiendo de los tramos del paseo– acicalado con un vistoso arnés azul celeste y una correa del mismo color. 
Me comentaba que resultaba enternecedor y algo divertido observar a la pareja avanzar por entre los transeúntes, con su llamativo e inocente color y atavío; el hombre llevaba unos auriculares del mismo azul celeste, a modo de diadema, con antena incluida, que tapaban sus orejas y con los que se aislaba de los sonidos o palabras de los otros transeúntes y se recreaba con algunos otros sonidos o palabras. 
Ambos – amo y perro– sentían su unidad cómplice en ese color, cada cual por sus razones y en cada caso reflejaba la jerarquía de su relación entre ellos y con el resto del mundo.  Era como su distintivo o bandera. El hombre se afirmaba en su derecho a ser con el apoyo inocente del perro, a quien demostraba con la correa y con su mirada quién detentaba el poder.
Se encendió su cigarrillo habitual mientras continuaba contando o reflexionando casi más para sí mismo que para mí, entre las pausas de su diálogo con el tabaco, que en la vida todo nos habla y comunica su estado. 
Él comprendía el dolor y el sufrimiento ajeno, deseaba que desapareciera de la faz de la tierra, del rostro de los hombres, del rostro del planeta. 
Más tarde me habló del amor, su tema preferido, el gran recurso; pero de eso te hablaré en otro momento, porque el amor–eso lo sé seguro– se hallaba allí también, no sólo en el dúo del paseo, sino en esa frágil empatía y comprensión del miedo de los otros, en sus palabras, en las imágenes grabadas en sus recuerdos del encuentro. También se hallaba ahí…
30-6-2012

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