Vivencias y recuerdos


Camina por jardines de primavera cada tarde. No le importa si ésta ha pasado, pues siente la primavera en su vida,  siente el latido de su corazón, recuerda y agradece. Sabe. 
Recordar es una forma de saber algo. Hoy, los recuerdos le parecen regalos imprescindibles y valiosos, porque muchos humanos están perdiendo esa capacidad. Son desposeídos de lo más importante que el ser humano puede llegar a poseer: su propia experiencia. Quedarse sin ellos, olvidarlos, significa no tener el bagaje de lo aprendido, ser tabula rasa constante en una vida usada y vivir sin esperanza de poder llenarla con vivencias y posos conscientes de nada de lo que viva ni suceda a su alrededor. 
Camina y medita en la condición de caminante. La vida como río, como camino, tópicos clásicos y, sin embargo, ciertos y renovados en cada instante, en cada vida .
Observa, contempla, agradece, consuela…
Hoy, sus pasos le llevan a atender los sonidos que la vida le ofrece más allá de sí. 
Distingue el ruido más próximo y dominante junto a la carretera: es el reino del motor. Coches en fila atraviesan los kms. que les separan de su objetivo. Todo ese trajín forma parte también de su vida, pero ahora no le interesa. Es un ruido de fondo, una contaminación acústica que le impide escuchar los sonidos mucho más bellos y sutiles del aire, de las hojas en su movimiento, de las flores que suspiran, según cree, cuando los insectos liban de sus cálices o cuando sienten la caricia del sol y de la brisa.
Puede oír el canto de las aves; contempla y localiza algunos ejemplares que siempre ve en los mismos árboles cuando pasa. Los cantos más llamativos de ese recorrido los protagonizan los mirlos. Pero no todos los mirlos cantan igual y eso lo ha vivido, porque hay uno que tiene un trino tan espectacular que le parece que podría representarse como un atajo de luz que se abre de pronto muy lejos muy lejos hacia el cielo. Al escucharlo considera que es un abridor de caminos y esperanzas, pues su canto rompe cualquier dificultad y conexión con el suelo y se eleva, y con él, al oído que lo escucha, con resolución, rapidez y eficacia. Es el más virtuoso y místico de los cantos que distingue en el recorrido.  
Hay otros cantos de mirlo que se quedan alrededor y a la altura de la que brotaron, siendo su condición de cantores menos ambiciosa, pues su pecho y su afinación es más “familiar”. 
Compara los diversos grados de inclinación del sonido, su horizontalidad o verticalidad, con la música y la creación humana.
Hay músicas que llevan al cielo y despegan del suelo guiando todo el ser en ese recorrido vertical sin que el humano sea consciente de que queda en el suelo. Tan rápido ha sido el ascenso que algunos oídos no han podido hacer el viaje y permanecen confusos y abandonados de esa música difícil y tan elevada.
También puede suceder, aunque no ocurre muy frecuentemente, que los sonidos lleven hasta lo más íntimo de las raíces del ser y lo obliguen a ascender en un viaje consciente, paulatino, como oleaje que crece y va permitiendo que aquello que era profundo y hondo, oscuro e incierto, brote y se manifieste en diversos grados y alturas y le obliguen casi a ascender hacia el más elevado y conmovedor estado de conexión con lo sublime y bello.  
El estado de plenitud y arrobamiento sólo le ha sucedido como experiencia escuchando algunas piezas y vuelve a agradecer el poder recordar y el poder volver a escuchar para revivir esos estados de arrobamiento y gratitud silenciosa.
Ese estado no lo logra experimentar con los cantos de las aves que puede escuchar en su caminata o paseo; pero sí puede vivir la admiración y la belleza de la vida en su permanente manifestación. Su nitidez y brillante canto le permiten sonreír por dentro.

Isabel 21-04-2013

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