La palabra

Cada día me propongo crear vida buena: ese es mi objetivo; crear el día como único, singular, nuevo.
Recrear la cotidianidad, darle un brillo distinto al del pasado, una textura diferente y renovada, llena de alegría y gratitud, llena del gozo de poder mejorarla, con esmero y sencillez, con constancia y humildad. 
Cada día, recrear la palabra, la pequeña y humilde materia con la que creamos la vida en cada momento. 
Trabajar y admirar su cuerpo ligero, su vuelo sutil y preciso, su tacto exquisito y eficaz, que penetra en las raíces más profundas del grito y dialoga con la experiencia pasada en un instante, sin que nos demos cuenta de todas las capas que se abren con ella en nosotros, en nuestro alrededor…
Usar la palabra con exquisito cuidado, con reverencia por su poder, con prudencia y respeto. Dialogar en silencio con nuestras palabras e intenciones, con nuestra historia y recuerdos. 
Saber que la palabra penetra en las aguas dormidas en el silencio, que su luz, su fuego, su chispa brillante puede llenar de gozo, de estímulo, de deleite el camino de los hechos. 
La palabra se produce y se encuentra  al instante con los ritmos que se crean a través del silencio interrumpido. La palabra es como una brisa que orea la pesadez de la inconsciencia y, con su susurro, despierta a nuestra noche y, entonces, lo incierto se comienza a resquebrajar.
La palabra guía y ciñe, limita y concede, es la apertura a los caminos nuevos o repetidos –según la expresemos–,  a diferentes niveles, contextos, paisajes. 
La palabra propone en nosotros países diversos, cadencias, alientos…
Las palabras nos permiten habitar y caminar por sendas siempre renovadas y hermosas ¿por qué renunciar a ese privilegio?
Laten las palabras entre los silencios. 
Abracadabra del poder que nos habita y, sin embargo, cuán escasamente usamos la palabra con la conciencia de su verdad.

Isabel, 26-8-14

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