Paisajes y formas

La oscuridad se abre, y es flor que navega por aire, y es fuego que penetra y se halla adentro, y es suspiro y camino, y es melodía siempre. Todos y cada uno, una vida y otra, realizando su viaje como hermosas perlas de luz naciendo.Algunas viajarán muy lejos, buscarán horizontes siempre nuevos, siempre lejanos, y serán requeridos por lejanas tierras, vastas estepas, vastas llanuras. Sus pasos serán muy rápidos,  de ritmo ágil y creciendo a impulsos de voluntad y esfuerzo. Abrirán caminos. Serán notas épicas en algunos tramos y, en otros espacios o tiempos, soñarán con un encuentro y paz que les invite al sosiego. Su objetivo será pospuesto si la aventura épica es su vocación, por un tiempo– según dirán. Pasarán notas nuevas antes de alejarse más; soñarán, soñarán y ya no se moverán más allá de sus sueños.

Otras notas vibrarán en el silencio y la quietud de un sosiego cercano y repetido las hechizará. Nada perturbará su anclaje. Los demás les parecerán partes de un tiovivo que olvidó su parada. Se encontrarán las almas. Olvidarán. Pero el encuentro que hubo en algún espacio y tiempo  permanecerá en el silencio gestándose de nuevo para completarse y mejorar su faz y soñarán el reencuentro de nuevo en su noche oscura. 

Hay perlas cuya luz es voz, es alegría, esfuerzo y voluntad, descanso, sentimiento, melancólico canto que sueña que otro sueño cumplió su objetivo. 
Hay perlas de añoranza constante, de desubicación, de orfandad infinita.
Las perlas de luz desean la luz, pero a menudo creen haberla perdido o no poseerla, de ahí que se desarrolle en ellas la ansiedad de búsqueda, la ambición de poseer lo que otro tiene, por si allá se halla la clave de la luz, la constante claridad y armonía internas.
Posponer tareas en uno mismo y soñar, soñar, soñar....
El frío de un misterio que parece colarse por su alrededor los obliga a pensar de nuevo en una posible marcha. Saben del fin. Pero nada conocen del tiempo de ese fin. Todavía sueñan nacimientos.
Desde la forma, la oscuridad es principio y fin. Nada sabemos los humanos de lo que vemos en el fin. Nada recordamos de lo que en principio vimos  (si vimos algo). Nada tememos del principio, pues nos creemos ya a salvo de él; pero pensando en su formación, nada fue fácil. 
Oímos, sentimos, vimos desde dentro lo que sucedía fuera, asustados por ignorar quiénes eran y cómo se comportaban y qué sentíamos cuando deseábamos escapar de aquel espacio y no podíamos. 
Nada había allí fuera, porque nada sabíamos de él y de su existencia. Nuestros sentidos, limitados, atentos y alertas, nos confundían y guiaban, nos enseñaban y entorpecían. Creíamos quizá que no existía, que lo que vivíamos era lo único real. 
Somos animales de memorias encerradas en compartimentos estancos a corto plazo. Los períodos por los que atravesamos los vamos borrando de nuestra conciencia y nos queda una visión desdibujada y subjetiva de los hechos, cuando no queda el vacío y olvido. Es como si constantemente atravesáramos por sueños y pesadillas. Cada cual vive lo suyo y nadie, por muy cercano que nos resulte, sabe de lo que sucede realmente en cada uno y en cada instante. Ni nosotros estamos atentos de verdad a lo que sentimos o somos. 
Nos entretenemos más pensando en qué considerarán los demás de cómo somos o nos manifestamos. Nos preocupa más la persona que apenas nos conoce o nos conoce algo –siempre es otra, y no nuestro mismo ser–, que lo que en verdad sentimos, vemos o deseamos.
Todo comenzó en la oscuridad. Allí crecimos, como les ocurre a todos los seres que conocemos. Los vegetales también crecen en esa oscuridad, como nosotros, ignorando y sabiendo. Todo es semejante, aparentemente contradictorio y posible y cierto. Todos nosotros sabemos algo de nosotros. Si penetramos en nuestro silencio íntimo, entrevemos algo que muchas veces no nos atrevemos a reconocer en público; considerando que puede ser algo políticamente trasnochado, incorrecto socialmente, diferente de los demás y de lo que los medios dicen, dejamos de pensar en ello y nos ocupamos del espectáculo externo:  de los otros y de sus conductas, y nos comparamos, y nos humillamos y nos  envidiamos, y nos deprimimos o enorgullecemos, y nos entretenemos y procuramos salir de las preguntas que laten siempre en nosotros, y nos alejamos de nuestras incertidumbres y certezas y procuramos estar fuera de nosotros mismos para no sentirnos frágiles y desvalidos. 
Muchos prefieren no pensar y se medican de formas diferentes para lograrlo.
La oscuridad es lo que antes y después marca los límites de esta expresión de vida en la Tierra. 
Nada puede ser malo o malvado si nos ha permitido salir adelante desde aquella primera oscuridad, llena de dificultades y pasajes estrechos.  Probablemente, la vida sufre sus angosturas para fortalecer aspectos que se nos escapan desde nuestro conocimiento limitado. 
La próxima oscuridad lo es porque ignoramos todo lo que no concierne directamente a la materia o a lo que así llamamos entre nosotros; pero ¿nuestras emociones, pensamientos, sentimientos, nuestros logros y carencias, fracasos y éxitos, adónde irán o dónde quedan? 
Todos somos diferentes y cada uno sabe de su historia y evolución en ella. La oscuridad permitirá que la vida fije nuevas metas, nuevos logros y lleve en sí lo que quedó pendiente, lo que no supimos solucionar, lo que no quisimos ver. Simplemente será el paso a otra nueva fase de expresión. Eso debe ser. Algo sencillo y natural, como la misma vida.
Isabel, 3-4-12

No hay comentarios:

Publicar un comentario