Encuentros

Algunas veces sentía la presencia cercana de su amor susurrando ideas, no palabras. Se podían considerar apenas suspiros mentales, como destellos de luz purísima que ella comprendía, y eso la hacía sonreír agradecida.
Le gustaba sentir su presencia tan cálida y cercana, tan presente y libre a un mismo tiempo.
Eran bondadosos y profundos sus ojos mientras le inspiraba las ideas que iban naciendo…, como si confiara absolutamente en un resultado que ella misma ignoraba y, desde luego, distaba mucho de considerar algo seguro y con valor.
Aquella tarde resultó especial. Callaban ambos mientras contemplaban el cielo alto, cuajado de estrellas invisibles –ambos sabían de su existencia, aunque no se vieran desde allí a esas horas–, las palabras en sus pensamientos se dilataban hacia un horizonte creciente. Palabras viajeras por vocación.
Amaban los territorios de sus sueños y los exploraban juntos, también sus palabras se unían sin ningún problema de autoría. Pertenecían a la vida y ambos también formaban parte de ella.
Era una tarde como podían haber sido muchas, sin embargo, las demás habían ido desapareciendo en el tiempo; ésta la vivían y decidió escribir algo para recordar su vivencia íntima en el silencio.
Vivían juntos desde hacía un par de años. Cada día resultaba una aventura que agradecer. Probablemente, nadie externo a ellos lo hubiera percibido; pero sus ideas eran motivo de creaciones que los liberaba del suelo sin abandonarlo, sus sonrisas, sus acuerdos y su intenso amor constituían su principal fuente de equilibrio y alegría.
–Dame la mano, ven, quiero enseñarte algo– dijo él mientras tendía la suya buscando la de ella. Ella cerró los ojos y le contestó con la risa en las palabras –Bueno, pero tendrás que conducirme completamente. Serán tus ojos los que deban fijarse bien, para escribir con palabras lo que has visto antes de que me lo muestres, y luego te diré si lo he entendido bien, y qué veo en común contigo, y qué veo distinto en eso que me vas a mostrar, ¿estás de acuerdo?
Ella reía y él protestaba en un refunfuño divertido que a ella le provocaba una risa más amplia.
–¡Eres tan bueno y dulce…!– añadió mientras se dejaba conducir y besaba su mano.
Sabía que la llevaría a algún espacio lleno de encanto y sucedió que le estaba mostrando un nido que con mucho tesón estaba construyendo un pajarillo. Era tal la voluntad del ave, tal su prisa y concentración, que ambos, de la mano y en silencio, fueron retirándose para no perturbar el afán y la misión que la vida expresaba a través del pequeño ser alado.
Pensó que, probablemente, la vida vive a través de nosotros; tiene sus misiones y encargos; somos vividos por ella y, dócil y suavemente, aceptamos sus dictámenes. Nada más podemos hacer.
Por la noche hablaron de la libertad y del deber. ¿Sentía su libertad el pájaro mientras construía el nido con entusiasmo? ¿Sentía entusiasmo o era  una voluntad ciega, un instinto sin deseo personal lo que lo llevaba y guiaba, quizá una mezcla de ambos: orden de la naturaleza envuelta en aparente deseo propio? ¿Ocurría lo mismo o algo semejante con nuestros actos?

No hay comentarios:

Publicar un comentario