Excursión

Guardan silencio. No hay tensión en su experiencia. Parece algo habitual en ellos. Él mira hacia adelante. Su horizonte es dinámico. Tiene coches delante del suyo y debe estar ocupado y concentrado en el movimiento de esa fila. Sus labios cerrados trazan una curva, mezcla de autosatisfacción y cierto desdén por ese momento en que debe permanecer parado.  Algo en sus ojos desmiente el aparente desdén. Permanecen fijos, sin resentimiento ni pasión hacia lo ajeno. Miran con sencillez y tranquilidad la evolución de la marcha. Es un hombre maduro. Probablemente tenga algún nieto o podría tenerlos, aunque ahora viaja solo el matrimonio.
Ella observa su propio rostro enmarcado en una media melena de color rubio artificial. Masca chicle en silencio y observa con cierta satisfacción su rostro en el espejo colocado en la visera que le protege del deslumbramiento del sol de la tarde. Mira un poco por la ventanilla de su lado derecho. Se coloca el chicle de nuevo en otra parte de su boca y vuelve a ponerlo en movimiento. Chicle y ella dialogan y se envuelven en besos internos. El silencio es completo, excepto el leve ruido del masticar y entrechocar las mandíbulas. Él mira hacia su izquierda y recupera inmediatamente la visión frontal. Ella mira hacia su imagen en el espejo. Se retoca el pelo, se pasa la mano por el rostro, como para comprobar su forma imaginada, su tacto. El silencio acompaña el viaje de la pareja. Se reemprende la marcha. Se oye el ruido del motor al poner la primera.
La tarde viaja hacia su ocaso.

Isabel, enero 2012

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